Una de las consecuencias de la situación actual es la guerra de precios. Desde mi punto de vista, la mejor guerra de precios es la que se evita, y sin embargo entramos en ella con demasiada facilidad, sin valorar otras alternativas, otras estrategias y, más grave aún, sin medir las consecuencias.
Lesionar los márgenes, además de poner en riesgo a la organización, afecta al prestigio del producto o servicio y al posicionamiento de la empresa. Y, por otro lado, recuperar ese margen, una vez superada la coyuntura actual, va a ser, para muchas empresas, una tarea harto difícil porque, habiendo acostumbrado al mercado a pagar unos precios más bajos, les costará aceptar subidas de difícil justificación.
El precio es el resultado de la combinación de muchos determinantes: materias primas, procesos, personas, organización, logística, atributos, calidades, diseños, políticas de compra y proveedores… Sería ingenuo pensar que en situaciones difíciles el precio no gana peso específico en la decisión de compra. Pero siempre existen nichos sensibles capaces de pagar un precio a cambio de obtener exactamente lo que buscan. Estos son mis clientes, a los que me tengo que dirigir y con los que estableceré una relación que va más allá del regateo, una relación basada en proponerles soluciones rentables y eficaces.
No podemos olvidar que bajar los precios es demasiado fácil, pero también demasiado arriesgado: los cementerios están llenos de empresas que no pudieron o no supieron evitar la guerra de precios.