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Eficiencia energética en empresas y pymes: pequeña guía de transformación

Las empresas serán sostenibles o no serán. Esta frase cada vez más escuchada no es un simple eslogan. Las expectativas sociales y económicas presionan a las compañías hacia un compromiso con el desarrollo sostenible mucho más allá de la eficiencia energética. Que sea transparente, medible, creciente y extensible a toda la cadena de suministro.

Por paradójico que parezca, lo primero que recomienda Alejandro Zapata, co-fundador y director de la consultora colombiana Portafolio Verde, a un CEO que quiere hacer más sostenibles los procesos y la cultura de su empresa, no es ponerse a hacer cosas, sino todo lo contrario, detenerse. A pensar: quién es y dónde está, en qué sector. Y preguntarse: «¿Cuál es mi motivación?».

Zapata cree que el impacto positivo empresarial requiere de liderazgo con sentido y propósito. Los directivos deben conocer bien las partes interesadas de su cadena de valor: plantilla, gobierno, oenegés, accionistas, proveedores, consumidores… Y sentarlas a la misma mesa con una invitación: «Conversemos». Es importante saber qué piensan de la compañía y dónde creen que podría mejorar. «Los puntos de intersección entre mis intereses y los de mis partes interesadas son un buen punto de arranque para trabajar», apunta.

A Paloma Baena, directora senior en la consultoría LLYC, experta en sostenibilidad, gobernanza y políticas públicas, le parece clave que la empresa se pregunte «en qué liga de la sostenibilidad quiere jugar«. Se trata de una decisión estratégica, que puede centrarse en la eficiencia energética o darle la vuelta a todo el sistema de aprovisionamiento y cadena de proveedores, incluso a todo el modelo de negocio. «Soy una petroquímica y puede que tenga que pasarme al hidrógeno verde», plantea como ejemplo.

Estrategia ‘win win’

Solo después de este proceso de introspección y autodiagnóstico, Zapata comienza a hablar de emprendimiento sostenible. Primero, «con una estrategia de sostenibilidad que me permita maximizar el impacto de lo que voy a hacer con los recursos que tengo». «Debo priorizar mis inversiones y saber cómo compartir dichos recursos con mis partes interesadas» en una suerte de ‘win win’ donde todo el mundo gana. «Yo ayudo a una asociación de recicladores y la asociación de recicladores ayuda a que mi compañía entre en la economía circular«, explica Zapata.

El segundo paso sería aterrizar esa estrategia en programas y proyectos, que suelen empezar con objetivos de mejora de la eficiencia energética y neutralidad de carbono, a partir de indicadores claros de eficiencia y medición y control de los consumos energéticos e hídricos. Zapata alude al lanzamiento en Colombia de un certificado de energías renovables que permite a una compañía acreditar que consume energías limpias. En otros países también es posible certificar el origen verde de la energía mediante tecnologías basadas en ‘blockchain’.

Esas medidas de eficiencia van de lo particular a lo general: desde intervenciones puntuales como la iluminación de bajo consumo o la automatización de procesos para aumentar la productividad, la remodelación de las instalaciones para mejorar la climatización natural, realizar auditorías energéticas periódicas, optimizar la contratación de servicios energéticos o invertir en instalaciones fotovoltaicas de autoconsumo que tienden a recibir ayudas públicas, reducir su periodo de amortización y proteger a la compañía de las subidas de las tarifas eléctricas.

«La mayoría de empresas ya está midiendo sus consumos», observa Baena, para quien es importante basarse en “datos de buena calidad» y hacerlo aunque no haya obligación legal o la empresa no salga especialmente bien parada. En su opinión, es preferible contar cómo son las cosas y cómo van a mejorar en un plazo determinado con retos y objetivos, que ocultar la realidad. «La transparencia asociada a la gobernanza juega a nuestro favor, la opacidad no es una buena estrategia», remacha.

Un ejemplo de medición

El Centro de Educación Ambiental de la Comunidad Valenciana (CEACV) abordó el cálculo de la huella de carbono de uno de sus eventos mediante «una herramienta utilizada para calcular las emisiones de todos los gases de efecto invernadero (GEI) asociados a organizaciones, actos y actividades o al ciclo de vida de un producto, que se expresa en toneladas de CO2 equivalentes», explica el CEACV.

No se limitó al llamado Alcance 1 —»las emisiones directas procedentes de las actividades que controla la organización «—, ni al Alcance 2, —»las emisiones indirectas que generan las centrales de producción de electricidad como consecuencia del propio consumo de la organización»—, sino que se extendió al Alcance 3 —»el resto de las emisiones indirectas consecuencia de las actividades que ocurren en fuentes que no son ni propiedad de la organización ni están controladas por ella»—.

«Las organizaciones deben pensar que las piezas de ese producto que han manufacturado se han fabricado en China y han venido en buque», apunta Zapata. «Cuando medimos la huella de carbono hay que contemplar toda nuestra cadena de valor«, y recuerda que «las empresas más conscientes ya están demandado el Alcance 3».

Pero no es solo la pata ambiental de la sostenibilidad la que hay que calibrar, también la económica y social, advierte el experto. Siguiendo la analogía de los alcances, una compañía no ha de preocuparse solo por las condiciones laborales o la gobernanza de los centros de producción propios (Alcance 1), sino por lo que ocurre con sus proveedores y las fábricas que trabajan para ella en otras latitudes (Alcance 3). «No hay que asustarse», avisa Zapata, consciente de que la tarea puede parecer titánica. «Comienza por hacer un inventario del talento e invita a tu equipo a reflexionar sobre cómo reducir la huella de carbono», agrega.

La cadena de suministro

«Tras dos décadas de construir la agenda de sostenibilidad en las empresas a través de formalizar políticas, mejorar las operaciones y estructurar y madurar el reporte en los aspectos ESG [medioambiental, social y de gobierno corporativo], las compañías se enfrentan a un nuevo reto: la huella de sus cadenas de suministro», apunta el informe ‘La era del stewardship: Incrementando la presión en la custodia ESG’, editado por la organización Forética.

El estudio señala cinco tendencias que incrementan la presión sobre la sostenibilidad en las cadenas de valor: la gestión de los aspectos sociales y ambientales, con foco en la acción climática; una mayor diligencia en materia de derechos humanos; el rediseño de las cadenas de proveedores; la disrupción tecnológica y una mayor presión regulatoria; y un mayor activismo inversor respecto al desempeño ESG.

«Mis inversores me van a preguntar tanto por el impacto ambiental de mi negocio como por cuántas mujeres hay en mi consejo de administración», señala Baena. «La parte social cobra una importancia clave. La actual taxonomía de la Unión Europea se centra en el aspecto ambiental, pero la siguiente será social, con especial hincapié en los derechos humanos», avanza.

Pymes emprendedoras

Baena reconoce que las pequeñas y medianas empresas tienen menos recursos para emprender este camino y además atraviesan «un momento de supervivencia» debido a la crisis desatada por la Covid-19. Por lo tanto existe riesgo de que aumente la brecha de la inversión en sostenibilidad respecto a las grandes compañías. Pero también «están entrando pymes disruptivas en sectores al alza como las energías renovables, el reciclado, la movilidad sostenible o la economía circular». «Una pyme con espíritu emprendedor y agilidad puede aprovechar muchas oportunidades«, enfatiza Baena.

«Existen más certificaciones que nunca y los consumidores creen en ellas, tenemos mucha información y herramientas muy prácticas para evaluar una empresa en términos de sostenibilidad», recuerda Zapata, como el sistema de valoración de sostenibilidad corporativa de Ciclo Siete, iniciativa de Portafolio Verde, que «evalúa de manera gratuita la gestión social, ambiental y de gobierno corporativo».

«Hace 20 años solo los gobiernos ejercían presión en estándares muy básicos. Hoy presionan, además, los inversores, los proveedores, el talento que queremos retener y un consumidor que quiere productos de compañías con sentido», completa Zapata. «Hay que ponerle corazón. Cuando nos quedamos en el reporte y en las certificaciones, la comunicación se vuelve fría. Pero cuando le dices a tu talento, o a tu consumidor, ‘ven, vayamos a limpiar esta playa’, demuestras más coherencia con tu mensaje». Zapata anima a conectar los procesos «formales, estratégicos y fríos» con «lo vibrante de los temas sociales y ambientales que ocurren a nuestro alrededor».

Siguiente nivel: regeneración

A finales de 2020, la consultoría KPMG publicó ‘The Time Has Come’ (El tiempo ha llegado), una encuesta de sostenibilidad en la que analiza informes no financieros, relativos a ESG, publicados entre julio de 2019 y junio de 2020. Concluía que habían crecido significativamente en casi todo el mundo. Aún más, «es probable que en los próximos años experimenten una mayor aceleración debido a que han surgido iniciativas internacionales hacia la convergencia de los estándares de presentación de informes», señalaba.

«Yo diría que, en promedio, las empresas de 2021 son más conscientes, más humanas y están más conectadas con el consumidor«, afirma Zapata. «Antes predominaba la política de ‘yo no me meto con nadie’, pero ahora el mundo demanda una mayor proactividad, que ayuden a mejorar su entorno». Por eso, más que de sostenibilidad, al autor le gusta hablar de regeneración: «Ya no es que no alteres el bosque, es que ayudes a restaurarlo».

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