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Así como ocurrió en el pasado con la transición democrática, lo que hoy está en juego en América Latina es la recomposición de las relaciones entre Estado y sociedad, pensada desde la posibilidad de construir una capacidad de acción política y empresarial en un mundo que tiende a ser menos globalizado y más fragmentado. Hay conciencia de la necesidad de mantener la unidad analítica e histórico-política y se entiende que la solución a nuestras problemáticas exige de una mirada multidimensional cuya solución debe atenderse como región, especialmente por nuestras limitaciones en desarrollo y recursos y el compartir un territorio altamente diverso y fenómenos como la migración y la pobreza.
En el entorno global no hay vientos favorables, la situación mundial alrededor de la desglobalización, la crisis de la logística en las cadenas de producción, la incertidumbre de la Postpandemia y la posible recesión, que cada vez se acerca más, todo ello recrudecido por la guerra en Ucrania y un ambiente político de polarización y populismo en Latinoamérica, nos impone el pensar y tomar acciones que, como región, nos permita superar el momento y que afecte lo menos posible a nuestra comunidad. A manera de criterio, los análisis y las acciones que se adopten no deben apropiar modelos de otros países que han sido desarrollados a partir de un ámbito social, cultural, geográfico y económico diferente al nuestro. La propuesta debería fundamentarse en un liderazgo colectivo soportado en los intereses que nos unen y no en las diferencias.
Pero también es importante considerar el reporte entregado por el BID en enero de este año, donde se identifica que solo “una de cada 10 personas en Latinoamérica y el Caribe cree que los demás actuarán de manera adecuada”, somos la región del mundo con mayores niveles de desconfianza. Esto llama a promover la transparencia y fortalecer las instituciones como prioridad de la agenda política.
Como lo ha expresado Alicia Bárcenas, en Latinoamérica es prioritario superar el círculo de baja productividad, alta desigualdad y afectación del medio ambiente. Somos una región donde la abundancia y riqueza natural nos embriaga, pero no hemos podido generar una explotación y balance que nos permita ser una sociedad más equitativa y conectada.
Todo lo anterior me lleva a expresar que es urgente la reformulación del modelo político, económico y social implantado con reformas estructurales, para construir el Estado, lo que necesariamente significa un nuevo impulso al papel dirigente y regulador del mismo. En América Latina parecieran estar en juego varios modelos o fórmulas de recomposición entre Estado y sociedad, que implican visiones distintas de la sociedad civil y de la ciudadanía.
Entendiendo que la política se hace no solo desde los políticos sino desde todos los espacios de la sociedad, en el “Festival del Pensamiento Iberoamericano”, evento organizado por el grupo Prisa en Cartagena de Indias hace unos días, se propuso la necesidad de generar un pacto social para Latinoamérica que promueva la integración regional. Al margen de la contaminación ideológica el propósito sería enfocarlo en fortalecer la democracia, pensada desde un desarrollo económico inclusivo y una sociedad más comunicada y conectada.
Es importante entender como la empatía, confianza y trabajo en equipo debe fortalecerse para poder cumplir con la idea de una América Latina – región y no como países y entes económicos y sociales independientes. Pensemos en el PACTO SOCIAL.
