Las nuevas tecnologías, como la IA, nos permiten hacer cosas extraordinarias. Pueden aportarnos nuevas habilidades que no tenemos, pero nunca podrán sustituirnos. La IA carece de creatividad y compasión y de la capacidad para comunicarse con otros seres humanos y ganarse su confianza. De modo que, cuanto más necesarias sean estas capacidades, menos probable será el impacto de la IA en esas tareas.
Por eso, en plena redefinición de la relación entre los seres humanos y las máquinas, la gestión de personas adquiere más trascendencia que nunca.